El humo como forma de conciencia.

La estética del humo y como su volátil presencia decora con cuidado los espacios, es un excelente acontecimiento para abordar las reflexiones sobre su existencia, su innombrable experiencia y su perfilada y humilde forma de desaparecer. 

Es una melodía compleja y que nada tiene que ver con ritmos musicales concretos. Se balancea sobre su propio eje, sobre su propia hoguera, sin dejar de respirarse a si misma como una fuente inagotable de energía. Se mueve al son del viento que la embellece con su estupor y protagonismo, la invita a bailar y elaboran juntos pasos aislados que subliminalmente invitan al amor, al deseo, a la suspensión de los cuerpos. Partículas.

Es importante anotar que su ineludible presencia es impactante, la forma en como su existencia esta determinada por su baile, donde su metafísica presencial es una constante danza donde los ojos lo ven todo por vibraciones musicales, de recintos cerrados, mientras se va consumiendo poco a poco en un fuego que la va abordando como quien saborea un chocolate o como quien se unta de la luna. Bello. Excitante.

Es una danza amazónica, armoniosa, inefable. Es una hilera de momentos, de manzanas doradas que van abrigando el recinto con un suspiro que no se pierde con el tiempo, con un olor a papiro que nos llena los sentidos de nostalgia, porque todo lo que huele a fuego y todo lo que huele a humo es divino, sacro, es la convivencia perfecta entre la destrucción y la vida, donde el humo renace cada vez que se consume algo, cada vez que el fuego con un beso formal, alarga sus caprichos hasta consumarlos todos con su delictiva forma de crear. Todo lo que huele a humo representa un recuerdo, una lechuza, unas pecas. Es la representación de nuestra existencia en un solo olor. Es entender la vida a través del olfato.

Ver el humo sobre el mismo plano que se ve la música, con esa misma belleza que se siente, que se analiza, que se aferra sobre si misma... 

Las consecuencias de analizar el humo son muchas y todas hermosas, donde llegamos a conclusiones que jamás hubiésemos llegado mirando objetos concretos, donde no son propensos a transformarse. Definitivamente no es lo mismo ver las rocas que el humo o que los peces. Unos se transforman y otros no y analizar este pequeño detalle es de vital importancia porque es entender múltiples realidades, desde múltiples interrogantes, dándose el lujo de equivocarse. 

Las consecuencias neurológicas de analizar el humo en un recinto cerrado donde contrasta con preocupaciones y demás, es sublime, exalta el espíritu y nos hace pensar nuestro presente como un acontecimiento infinito que no conoce de espacios futuros ni universos pasados. Es una estela de luz que llega a una velocidad sideral que impacta con inmediatez sobre nuestras inquietudes.

El humo es un elemento natural que sirve como caleidoscopio de sentidos; un elemento arcaico que representa la fortaleza psicológica del hombre. Motivos y miedos en un mismo punto. Jamás la voluntad del hombre ha superado la voluntad del humo; del fuego. He visto al hombre mover montañas y transformarlas, pero jamás crearlas como lo ha hecho el fuego. El fuego, su inusitado eco que llamamos humo y su instintiva esencia representa el hombre real. El hombre artesanal.

El hombre artesanal es aquel que llueve, que abusa, tiembla, erupciona, que se toca, se besa, se muerde, se piensa y se destruye. Todo en el mismo espacio y en el mismo lugar, en un nivel de consciencia superior, definido para si mismo. El hombre artesanal es la fiesta del cuerpo y las neuronas, la guerra teórica de si el hombre es un anfibio o un fénix, si renace sobre si mismo o sobre otra persona.

Hogueras, hogueras y sismos. El hombre artesanal es el niño; el niño curioso de los rayos y los grillos, las nubes, las mariposas, los juegos de azar y el amor. Es el ojo infantil que subordina todo al yugo de su deseo, su capricho, su alegría. Es el ojo infantil que analiza toda con ansiedad, júbilo y sorpresa.

El hombre artesanal y el humo comparten la misma urgencia: han perdido su espacio vital. Sin embargo, esa urgencia es la que ha permitido que ahora mismo se encuentre en todas partes y haga parte de todos. A veces la urgencia de otros representa a su vez su importancia. Viceversa.

El humo, el humo que analizamos cuando una madrugada helada tenemos la posibilidad de reproducirlo en un bostezo, en un suspiro voluntario, en un silbido. El humo, de la pipa, el bong, del lillo; el humo como un objeto paradójico donde necesita constantemente de su propia muerte para existir, para alcanzar un viento que la impulse hasta lo mas alto del techo, o del piso, o de la intención, para reproducirse significativamente sobre el ambiente y así crear una naturaleza mas tangible, concreta y mucho mas predispuesta a ser entendida. Ese punto, donde podemos entender la vida y sus vicisitudes a través de la estética de la destrucción y la regeneración, es el que debemos buscar para hallar plenamente el espíritu del hombre. 

Fuego, hombre. Mucho fuego, mucho hombre. Incendios, miles; soles, cientos; hombres, uno solo. 

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