Instantes y luz
Te cuelas por las rendijas de mi ventana, llegas con olor de
farol de media noche y me sugieres con un cándido brillo todos tus deseos; y
avanzas, como un susurro por debajo de la puerta, como un pedacito de pluma que
no existe, como una luciérnaga curiosa, como un relámpago en forma de pupila.
Es de noche, y la vitalidad que acontece entre el sueño y la vigilia me
advierte que estas cerca, que en cualquier momento te vas a cruzar por el iris,
por los momentos de perfección que solo se pueden recorrer con el milagro que
sugieren tus ojos de sol.
Me inspeccionas con tus besos de linterna.
Desvelados, renacemos infinitamente sobre la cera que expulsan tus caricias de
fuego. Y me quemo, me incendio, me destruyo. Y amo eso de recontextualizar mi
cuerpo, mis dimensiones. Gozo de mortalidad cada vez que con legítima libertad
te acercas y con cada paso desintegras la figura predecible del cuerpo humano.
Desvistes mis formas y adviertes con brutal certeza las ganas que tenemos,
mutuamente, de abandonar esta silueta que nos acompaña.
Me besas y me vives, me
exhalas y me suspiras... Artesana por vocación o por defecto, haz decidido
moldear cada uno de mis juicios y volverlos volátiles como el viento, en aras
de que cada uno de ellos sea susceptible de morir con el eco viejo y arrugado
que insinúa el tiempo; hecho el humo, jugamos en todos los espacios con un aire
insondable y un placer indefectible que bordea todas nuestras intenciones.
El
espacio es nuestro y todo el recinto se llena de luz. Neuronas prendidas en
forma de nube, relampagueando ideas y lloviendo conceptos a fines a tu cuerpo,
me invitan a tocar todas tus certezas, tus novedades, tus experiencias, porque
lo único cierto es la destreza que tienes, para sugerir con delicada
prepotencia, que eres el placer que mi cuerpo aguardaba. Indómitos.
Te agitas y
te vuelves una estrella fugaz, te vuelves una constelación, un agujero negro...
absorbes toda mi luz y la expulsas con un decoro impresionante, perfecto,
sublime, sobre todos mis poros, intentando dilatar su naturaleza, en aras de
ampliar el placer que puede surgir de tu cuerpo inmolado con el mío. Y entonces
desaparezco, como si se tratará de un suicidio, de una muerte anunciada que ha
llenado todas mis expectativas. Y Bailas, bailas tan bien como el fuego cuando es
abrazado por la brisa. Bailas al ritmo de los silbidos que provoco con mi boca,
buscando el espectáculo que solo tus delineados movimientos pueden brindarme.
Son instantes efímeros, de luz, de calor. Instantes ajenos a la realidad del
fuego, puesto que cada vez que el fuego con independencia decide merodear los
objetos concretos, abriga todo a su paso dejando una cálida llama, una humilde
huella que atestigua lo acontecido, como si la ceniza expresara lo que fue y no
será jamás, siendo ese su mayor regalo: reposar en forma de humo, en algún
lugar del mundo; insinuando una experiencia, un acontecimiento absoluto, un
instante de perfección. A veces respiramos personas con cada bostezo y
simulamos el idilio con cada suspiro.
Y tú, que tanto sabes del mundo y de las
fronteras, de los espacios y la abundancia, decides abandonar la soledad inerte
de mi cuarto. Sin quemarme del todo, sin agotar mi agonía, sin cenizas
presumibles. De parpados, como si se tratará de un instante sagaz, desapareces
tan rápido como los colores, cuando con ansiosas carcajadas se burlan de mi
alucinación.
Te vas tan rápido como te pienso, te fundes en un sonido viejo y
arrugado con olor a luna, te apagas paulatinamente sobre los bordes, como si un
bostezo de gigante antártico te intimidara. Abusas con decoro y ansiedad de las
circunstancias; devoras cada uno de mis brillos, de mi luz, con tu intempestiva
actuación que ha dejado atónitos a todos los espectadores atrevidos, que en
forma de chispa, se asomaban con inquietante curiosidad, mientras avanzabas con
besos de hormiga por todos mis propósitos.
La naturaleza de tu fidelidad no
deja de impresionarme, apareces impredecible y amarilla, bajas errante por tu placer y en los momentos adecuados con el pudor conveniente, haces astutamente todo lo
que quiero... dejando claro que me abandonas con la responsabilidad de que
socorriste mi placer más íntimo y mi sexualidad más eterna. Pero no puedo ser
indiferente a la reflexión que me socorre. ¿Por qué apareces en los momentos donde la incertidumbre y el error son los pensamientos más visibles?
Quizá seas eso, un pensamiento sagaz que galopa
desinteresadamente por mis pupilas, confundiéndose con el olvido, traspasando
los colores que no se desvanecen en el espacio... abandonando toda
interpretación. Apareces, dejando claro que nuestra relación, va más allá de lo
visible.
Curioso acontecimiento, tener la suerte de verte y no ser afortunado.
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