Cielos uno solo, soles muchos soles

Sería más sencillo, rebuscarse dos o cuatro soles en medio de ese hielo, pero ese hielo, tan azul, tan cielo, se desvanecía conforme se desencontraba en cada esquina. Retornó con todo su peso sobre una lluvia de bombas y arañas, que tejían caricias y rumores. No importaba, un paisaje seguirá siendo un paisaje así las arañas le difamen. 

Hundirse sobre su propio peso, así, todo libre y con ganas de sed, solo me puede liberar de la emoción. Jamás un vértigo se vive con tanta fuerza como debajo del océano, porque no solo se cae, se succiona, se moretea, se muerde. No por los tiburones blancos, ni por las manta rayas, sino, por ser mar, mar azul, mar negro, mar inmenso.

Tendré que pasar, algún día, tendremos que pasar, y todo será azul cielo, azul mar, azul vértigo y la gravedad, tan paisaje, tan araña también, va mordernos todo, hasta que no quedemos sino como un simple destello, una civilización perdida.

Idiomas y dialectos, acentos y gestos, libros enteros, pero el hombre no se ha comunicado todavía. Bueno, la gravedad es una y nos abruma, no podemos culparnos, como marea, de estar chocando con las olas; tarea heroica sería, renunciar a nuestras fuentes.

Remos, pies, mapas y no avanzamos todavía. El sentido de la percepción se bifurca sobre nosotros y nos inunda tanto que ni sabemos, ni somos sí sabremos. No confían en el humo, no confían en lo arcaico y hermoso que puede ser un mensaje lleno de humo. Humo de lo que sea, de la luna quemada, de los desiertos rojos, del agujero negro, de la luz que arde, del fuego idilico, de lo que sea, pero que se rompa el humo, así, en el espacio mientras va bailando. 

Se trata de ser humo y ser imperceptible; cruzar la frontera de lo invisible y aun así sentirse vivo. 


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