DIMETILTRIPTAMINA

Una historia creada por los búhos, un aullido en medio de la montaña. Un llamado a lo inerte, a lo propio, a lo natural y mundano. Es una oda al ritmo, a la música, a la sensación de la existencia en esencia. Es una subida súbita de emociones, una glándula que se abre y se expande por todas las raíces del alma. Se parte en dos, deja entrar en sí la cantidad de universo suficiente para que sea plausible su encuentro. El encuentro va más allá de lo humano, de la muerte misma. Es una burla al tiempo, al sonido, a la vibración del alma. Es como dar vueltas en un solo círculo y ver de lejos un movimiento natural y hermoso, redundante, pero idílico y de formaciones sacras. Es la existencia del camaleón, de la libélula, del cántaro que se vuelve piedra y la piedra que se vuelve fuego haciendo todo milagro más dosil a su apacible sigilo. Es una especie de paz y una tensión, una autoridad omnipotente que regula el seol y el cielo, lo divino y lo humano y que conoce todos los misterios y secretos del planeta, que susurra a la naturaleza y a los pájaros como cantar y como perseguir, como evadir y como planear.

Es aquel que ha hecho del tiempo un momento y un instante que solo responde a su consciencia, es conocer su consciencia y entender que somos peces, fuera de la pecera, preguntándonos ¿Por qué? ¿Por qué adentro? Es nadar a la orilla, siendo pez y posar en las ramas de los olivos y las uvas, de las manzanas y los fresnos.

Es, por un momento, hacer de la luna una tiniebla y del sol un suspiro; como si todo el oro del mundo pasara por la piel y como si todos los diamantes entraran por el iris en el mismo momento que todo deja de ser y de estar. Es entregarse, es revolverse, es perderse en la ubicuidad propia del olimpo. Es conocer el clímax, el orgasmo de la existencia, es relevar para revelarse a otros; entrar a ese agujero negro y es como si el también entrara a nosotros, como si el abismo se volviera nosotros y cayéramos, pero dentro de nosotros mismos, como si todo el tiempo, el cerebro y su espiritualidad fueran nuestro más frecuente enemigo y lo tuviéramos de frente, ajenos, entendiendo que no es todo y que podemos sobrevivir sin él. Es alejarse en un sueño lúcido y remoto a las espirales mismas del tiempo; desrealizados, despersonalizados pero conectados a la construcción misma de la existencia, al ensueño de la génesis que ha mostrado con revuelo que su inspiración tiene un sentido: nosotros, aquí y ahora, para siempre.

He conocido los cataclismos y la furia inánime de las olas, empero, jamás he conocido tan abrumadora sensación, tan revelador momento en mi vida. Es como si todo el conocimiento siempre estuviera dentro de mí, como si naciera aprendido, como si la genética escondiera su más grande misterio y yo, por un momento, por un inolvidable momento, pudiera viajar a la raíz de mi propio enigma, entendiendo así que soy producto de un patrón divino que se encuentra afuera, en el universo, es decir, dentro de mí y viceversa.

Es como si cada palabra fuera producto de un caótico evento; como si este momento y la lluvia y los truenos y la gente y el mundo y el palpitar del omnipresente fueran uno solo y de repente las dunas y los labios y la piel y los cantos y la hogueras y los jilgueros y los esquejes y las hiedras y los cerezos fueran lo mismo. Como si volver fuera lo mismo que despedirse, como si el Aleph fuera un mero elemento de una super-estructura, que tiene como ojos agujeros negros y como soplido estrellas en forma de baile.

Rojo, morado, anaranjado, blanco, negro, muy azul, muy montaña, muy océano, muy delicioso, muy impresionante, muy todo. Una misma conexión que penetra la piel, que la hace más obvia y nos disuelve en la existencia misma como si fuéramos un pedazo de tiempo, un segundo, un minuto con forma de hoja y raíz que va en el universo en una gran esfera azul que todo lo gira y todo lo mueve.

Entendí que, a pesar del mundo y sus colores, de sus formaciones y sus formas, nada tan cierto como cerrar los ojos y recomenzar. Porque eso que dicen que es real es solo discurso, es solo español, es solo lenguaje que se limita a lo que puede hablar. De lo que les hablo va mucho más allá, es mucho más allá, es el color rojo y amarillo y verde juntos creando cualquier formación de colores posibles. Es como si el color fuera calor y como si el calor fuera un leve sabor que reposa en la boca. Como si todo fuera océano, mucho océano y yo era ese océano que se dejaba sumergir en vibraciones que no me limitaban, sino, que me extendían a plenitudes y horizontes inhóspitos que jamás creí conocer. Supe entonces que todo era vibración, que todo era conexión, que todo era espiral, que giraba, que era parte de este movimiento y que no podía dejar de girar. Y acá estoy, como la piedra que se vuelva pájaro, viviendo imposibles, intentando ser poeta para hacer de lo sublime un producto visible.

Es como si todas las lejanías y las más incomprensibles distancias estuvieran siempre dentro de mí. Fue como si todas las paradojas posibles se redujeran a mi existencia, como si el corazón de faraón nunca hubiese sido endurecido por Él, y por un momento hubiese visto posible la creación de lo inhumano, el sueño idilico del innombrable. Ese momento fue abrumador, me sentí exiliado de mi propio cuerpo, como si mi sacro recinto estuviese siendo acechado por panteras en forma de serpientes que susurraban con idioma de holocausto que estaban cerca, que tuviéramos cuidado, que no subestimáramos nuestros hábitos. Fue ahí cuando, sumido en una inhabitable paz, me vi acechado por una energía que, no contenta con mi presencia, se atrevió a intimidarme. Su presencia trajo reflexiones y, como un tiburón que trae consigo peces y señuelos, me dio la oportunidad de enfrentarme a ella.

Vivir ese momento en el que la cascada arrojo con fuerza dicho hedor, me hizo entender que el reto no está en la ausencia, sino en la presión que ejercemos frente a las presencias.

¡Ha llegado la cascada! ¡Ha llegado el cántaro! Hemos perdido nuestra sed, hemos saciado cada vacío de nuestra existencia, pues hemos recibido el respaldo omnipresente que necesitábamos.

Agradezco infinitamente al mundo por tan anhelados ministerios, de darme a entender tan sublimes reflexiones. Empero, reconozco que soy un humilde servidor del infinito, del creador, y mi conocimiento solo es producto de un entendimiento que poco o nada sabe del español.

Esta creación, es solo un vano intento narrativo por dejar constancia de lo que viví, porque quizá, este pedazo de memoria que tengo se pierda como la copa del árbol en medio de la montaña. Siempre estará ahí, siempre será copa y será árbol, pero la montaña a veces se mueve o se desmorona, bebiendo todas las copas que le sean posibles.

Es abrir los ojos y saber que eres el mismo. Que la inspiración es solo un pedazo de hielo y de oro que se posa en nuestra piel haciéndonos infinitos por un instante.

Es entender la eternidad a partir del instante, como si la historia misma del universo se redujera a un leve suspirar. Fue suspirar, y saber, que era el mismo a pesar de mí. Que era el mismo a pesar de todos. Que era, por él. Nada me dio tanto gozo, nada me dio tanto alivio como encontrarme con lo sacro, pues fue encontrarme conmigo mismo... jamás me sentí tan acompañado, a solas con el silencio. 

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