Macondo

Vi a lo lejos una casa quemándose. No era mi casa, pero la sentía mía. No se como explicarlo, pero, mi actitud frente al incendio era pasiva, contemplativa, latente. Lo normal hubiese sido huir, pedir ayuda, lanzarme a las brasas... pero no, contemplé, solo eso. Observé desinteresadamente el hecho, sin gesto alguno, sin emoción alguna. Ni siquiera cual Nerón, cual intento de artista. No, no hubo nada, solo una imagen en frente de mi, que a pesar de su impresionante sugerencia, no me decía, ni me hacía sentir nada.
Se los juro, esa casa, que no era mía, pero que de alguna forma hacía parte de mi, me representaba desde todos los puntos de vista, porque la humanidad es mi hogar, un corazón es mi hogar.
Y es así, no sentía nada, porque, cuando es demasiado el dolor, te anestesia, te anula, te mata en vida. Cuando una casa se derrumba ya no es casa, ya no es. Yo ya no era.
Así me siento con esta imagen. Algo dentro de mi se incendia, se muere, como una hoguera burda y sin sentido que deja todo en forma de ceniza; solo un flojo silencio.
No mas el fuego de siempre.
No mas el juego de lo mismo.
En serio, no lo merecemos.
Me han hecho ceniza y nos han hecho ceniza ¿Por qué? No nos acostumbremos a naufragar, no somos quien para seguir empujando nuestra suerte, y la de ellos.
Perdón el romanticismo, pero es que me duele, necesito expresarlo así, con todo mi rostro, con poesía, porque la casa se cae frente a mi, pero soy yo quien me derrumbo frente a ella...

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