El arte es un puente que se extiende entre las bestias y los dioses:
Uno no puede ir por la vida pensando que no necesita de la poesía, del arte. O bueno, uno podría caminar, correr, saltar ¿Pero a qué precio? La vida pesa. La evolución por alguna extraña razón nos dotó de consciencia y de inteligencia. Estos dos elementos hacen que vivir sea una suerte de naufragio (en el mar que da náuseas). La poesía o el arte en toda esa analogía (si me lo permiten) es el momento en el que el del naufragio sueña. Es decir, es el momento donde la náusea no puede ser, porque simplemente no puede suceder.
El precio de ir por la vida sin poesía, sin arte, sin música, es un profundo vacío existencial, que nos lleva a vivir una vida nihilista y corriente. La vida empieza a perder sentido, pues la adultez va cumpliendo lo que queríamos ser cuando grandes. Ahora que somos grandes y somos lo que anhelamos ¿Qué hacemos?
Nunca conocí a un niño contestar a la pregunta "¿Qué quieres ser cuando crezcas?" diciendo: "¡Poeta!". ¿Cómo? si nos preparan para una vida hostil, competitiva y absurda donde la belleza, el honor y la contemplación son valores aún demasiado sofisticados, incluso vistos como debilidades pues tenemos que salir con actitud de cazador a conquistar el mundo.
Uno puede ser poeta y boxeador al mismo tiempo, ni mas faltaba. No se puede confundir sensibilidad con delicadeza. Uno puede vivir una vida con rudeza, rigor e ira y aún así componer lo más sensibles y atinados versos. El filo de una hacha no contiende con el filo de la mente. Perfectamente un carnicero puede ser poeta y puede un poeta matar una res y servirla. La vida es muy compleja para decir que dos más dos es cuatro por fuera de las matemáticas; ojalá la vida fuera tan simple.
La poesía, el arte, el que pinta o baila de cierta forma (consciente o inconsciente, no viene al caso) renuncia a la humanidad que se le ha planteado, para la cual debe programarse, pues prefiere resistir el peso del lucro y dedica su vida a lo estético, a transmitir intensidades, a proponer y crear como el ruiseñor que hace su nido. En ese sentido, el arte, en cierto punto, es una manifestación política ¿Cómo no? decirle a la ciudad, a la polis: ¡He aquí mi poema! ¡He aquí mi escultura, mi monologo! es subversivo, transgresor. Es una contrapropuesta a la filosofía que propone el capitalismo gore de nuestro siglo. Decir que se prefiere la utopía antes que la rutina es algo absolutamente escandaloso pues le recuerda a las almas dormidas lo miserables que son. El artista en su singularidad, en su mera existencia, plantea interrogantes para quien vive de la rutina, preguntas lo suficientemente fuertes y angustiantes como para demandar una reflexión demasiado demoledora en quien las sufre. Y cómo nos protegemos del estrés, de toda aquella pregunta que desafía nuestros paradigmas, censuramos la reflexión del artista y nos dedicamos a aplaudir sus resultados con gestos superfluos y efímeros, pero nunca valoramos su valentía pues abordarla expone nuestra cobardía y no estamos listos para ver esa cara.
Lo anterior es algo que merece toda nuestra consideración: la valentía del artista. Salir a afilar un poema con el mismo rigor que se afila un cuchillo, requiere haber sufrido las suficientes heridas como para saber a que le dedicamos el alma... y dedicar nuestra existencia a la utopía, al paisaje, al valor de la belleza, es aportar a la revolución más importante que hemos librado como humanidad.
Siento pesar por los pirómanos que acusan a la humanidad de ser ceniza, pues aun no entienden que el fuego, no es visible para todos.
Comentarios