Ansiedad
Siempre que escribo es realmente por la necesidad de hacerlo, no porque me pongo en la tarea de hacerlo y allí hay una diferencia sustancial.
Escribir como tarea siempre me ha parecido un despropósito, pues todos y cada uno de mis escritos surgieron como necesidad en los momentos más incomprensibles: en un transmilenio, en un andén esperando a que alguien llegara, en medio de una clase de derecho, en una cena familiar, etc. Un rayo no avisa cuando va a caer, simplemente cae y yo acudo a su llamada.
Sin embargo, me pondré a la tarea de escribir sobre la ansiedad. Será una tarea descriptiva, no retórica, visceral y directa:
Siento como si una especie de volcán de hielo erupcionará en el centro de mi ser. Ese centro siempre lo ubico en mi plexo solar, en mi abdomen, pues allí empieza la erupción y asciende con rigor hasta mi cerebro, tomando el control muchas veces de mis propios impulsos.
Este volcán es un villano pintoresco, original, que no se asemeja a nada que haya visto antes. Su erupción de hielo se trata de imágenes, de sonidos, de olores que me llevan a la inevitable necesidad de querer fumar.
Vienen a mí pensamientos intrusivos, donde constantemente me veo fumando, sintiendo, sedado, ajeno. También su presencia huele un poco a nostalgia, pues me lleva a recuerdos de mi universidad donde compartía y reflexionaba sobre la academia, a la luz de un buen porro.
Es un villano particular, porque a veces me empodera; a veces me hace creer que no está ahí, que puedo hacerlo, que soy dueño de mí mismo. Luego, llega con fuerza y me arrebata mi propia voluntad y me lleva a cometer el error de fumar, de mentirme, de mentir, de mentirle a mi familia y a mi propia promesa.
Es un villano inteligente, pues a veces me pone en contra de mi mismo, cuándo me pregunto porque cuando estoy sobrio soy tan bocón, bulloso, superfluo. Me recuerda que cuando fumo no soy tan eso, tan banal, que soy más profundo y no genero tanto ruido. Comodidad.
Este volcán de hielo no es cualquier cosa, es inteligente, es original, es un villano distinto. Está por encima del bien y del mal, es un océano enorme y yo, río, laguna, me siento atrapado en sus corrientes.
Reconozco que un volcán solo puede ser vencido por un océano, pero yo, nimia gota, abrumada por los quehaceres del día a día, no puedo sino considerarme pequeño frente a semejante tsunami, que me arroja con fuerza hacia su núcleo donde sigo atrapado.
¿Es posible vencer un océano? ¿Ha existido un mortal, que haya vencido volcanes?
Lo he mirado a los ojos y me ha devuelto la mirada, pero esa mirada soy yo y ahora el volcán no es alguien diferente a lo que siempre he sido.
¿Contra quién estoy peleando?
¿Cómo vencer algo que aún no he identificado?
Y no se trata de Dr. Jekyl y Mr. Hyde. No se trata de un guion mal hecho del club de la pelea. Acá no hay dos personalidades, sigo siendo yo contra mí mismo y ese ha sido mi mayor miedo, y no tengo un cuadro como Dorian Grey donde pueda esconder mi propia imagen, pues el espejo siempre ha estado al frente mío y es difícil no reconocer su reflejo. Dolor. Culpa.
Este soliloquio se alarga de forma cruel y no termina.
No veo la hora de que sea un monólogo con olor a anécdota, para decirle a otros que a un volcán no se le mira a los ojos.
Comentarios