Ciudad.
Totalmente desentendido de mi entendimiento, ilimitadamente aferrado a los finitos pensé:
La ciudad es sin duda alguna un paisaje hipócrita de estrellas en movimiento, es una luz que no se funde, es una atrevida del silencio.
Es vergonzosa su actuación en la oscuridad. Es con certeza la etiqueta de un libro que nunca leerán. Es el silbido afónico de la ballesta que nunca deja de apuntar.
Es una sien desnuda, un arete, una barba, una duda... una duda solamente, que abandona al regresar, la respuesta inquietante de tener que saludar lo que en medio de la gravedad sigue siendo cierto: ese deseo perfecto, esas ganas de volar.
Es entrar en el vacío y perforar, una grieta, un epitafio que no nos hace olvidar:
¿Hay un mar invisible que nos quiere asfixiar? Si. Es ese mar que nos avisa, donde hay cuerdas para ahorcar toda respuesta estúpida que nos quiera recordar: no vueles, que puedes aterrizar.
La ciudad es sin duda, esas ganas de volar... ganas que perdemos algún día por no querernos golpear.
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