Brevedad de lo posible
¡No está en la caja
de galletas! -Gritó Arturito después de correr por aquellas escaleras-.
¿Dónde lo dejaron, donde quedo escondido? -Pensaba, mientras
buscaba desesperadamente debajo de la lacena-. Abrió la bolsa de
basura, revisó cuidadosamente que no estuviera ahí. La cerró. Abrió un paquete
de papas, tampoco lo encontró. Abrió la lavadora, sacó la ropa que allí se
encontraba y la distendía con las manos. Nada. Ni en los cubiertos, ni donde se
lavan los platos ni abriendo el grifo esperando que sucediera lo inexplicable.
Agua, solo agua, no había nada.
¡Mamáaaaaa! -Gritaba Arturito sin decir nada más, como si su sola
exclamación fuera suficiente para hacernos entender su desesperación. Mamá no
respondía.
Pasó a su cuarto y abrió todos y cada uno de sus
cajones, revisando sus medias y sus pantaloncillos minúsculos con
formas de dibujos animados. Nada, tela rota, tela manchada, pero tela. Debajo
de la cama, -cosa que jamás se imaginó hacer teniendo en cuenta que de noche
era su peor enemiga-. Nada, absolutamente nada.
Fue entonces cuando
se le ocurrió revisar en el baño. Abrió el inodoro,
reviso detrás de la tapa. El grifo de nuevo, la ducha, tiro el shampo
al suelo lo explayo todo y no. Desesperado, se levantó en su
butaquito para abrir las medicinas, las curitas, los algodones, y no, no lo
encontró. Al final, por accidente al verse en un espejo, lo vio y lo entendió
todo. Entendió que Martinita, la vecina, cuando le dijo que buscará,
que ella le había dejado un presente en algún lugar de donde vivía, se refería
a todo menos a su casa, o las cosas del mundo real. Fue entonces cuando
reconoció el valor de una mirada.
Se sonrojó, apretó sus dientes y suspiro con los dedos
cerrados. Arturito se enamoró.
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