El niño que estudia los abismos

Nuestra libertad a perdido valor. Hoy en día de nada sirve sentirse libre. De la libertad hemos decidido el computador, la televisión, nuestra serie favorita. De la libertad elegimos la pereza, lo de siempre, el abismo etéreo de la cotidianidad. De la libertad, nada. De la libertad saben más los esclavos, los presos, los que la anhelan sin creer tenerla; la poseen más que nosotros y no lo saben.

Allí, dicha paradoja revela lo rídiculo que puede ser el ser humano, su condición en sí, su manera de vivir. De alguna manera hay una serie de causalidades que lo trascienden, como los círculos concéntricos que sobre el orbitan y en él descienden todas sus brutales fuerzas. Empero, esas cadenas, esas arbitrariedades que algunos ingenuos llaman "libre albedrío" no son más sino un reflejo de lo banal que ha de convertirse nuestra existencia en cierto punto de la vida.

El mundo es eso, un cansancio terrible contra lo que no se sabe; como pelear contra una nube y al final, ver qué gana la lluvia. De pronto nos quedan los momentos donde aprendemos amar, donde alimentamos el alma con tan solo hablar, donde fuimos silencio en donde mueren de ruido. Nada más; lo demás son solo restos, estelas que se pierden en el brutal e ineludible paso de los días. 

Tampoco estoy haciendo un juicio ético, ni delimitando hasta donde se puede imaginar. Cada quien con sus fantasías. Solo soy yo y mi costumbre de querer reflexionar sobre lo que creemos, pero no está; esos fantasmas en forma de conceptos que atraviesan nuestra noción de vida y no son más que eso, nociones y construcciones linguisticas que terminan por apropiarse de nuestro criterio, no dejando espacio para la verdad. 

Y al final, todos somos libres pero no sabemos para qué ¿Cómo utilizo toda esta libertad? A veces me apresa dicha idea de ser libre. Por ello, no me queda sino romper la nada buscando un poco de felicidad, muy a pesar de lo irrisoria que es la existencia si la comparamos con la eternidad.

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