Prometeo

Me preparo, como se prepara el arma, el gatillo. Quizá, no tan banal ni prosaico como un arma, me preparaba para algo mejor: para crear, diseñar, resignificar. Darle al mundo una nueva visión, de lo nuevo, de lo absurdo, del destino, de la necia idea de bifucarse y reunirse, revolverse, no pensarse.
Denso, muchas cosas se escuchan densas pero nada mas agradable que ese espesor, esa niebla que golpea el conocimiento, abre el cerebro por los dos hemisferios y lo consume.
Disparar. Prepararse al disparo de una idea, es como preparar la montaña a su cielo, al encuentro del susurro con el grito, a la frontera entre lo divino y lo humano. Prepararse para crear, es, ser un león y rugir y enfrentar los fantasmas a lo lejos, la vida salvaje en la que me encuentro, para decir "aquí estoy, aquí me quedo". Es la melena del soldado romano, el gladiador detrás de los aplausos, el cañón, el perfume, la katana atravesando el honor, el sepuku, el samurai, el ronin, el busca pleitos, el busca vida, el busca muerte.

Hay que envolverse en el escrito y desprenderse, dividirse, ser átomo y reventarse así, bien fuerte, en todas las paredes, en todas las partículas, en todas las luces.

Y me preparo, me preparo como se prepara la nube, para llover; me preparo silencio, para inventar; me preparo abismo, para saltar. Escribiendo adopto formas, lineas; erupciono contextos, me vuelvo alto, viejo, bajito, creo personajes barbudos, lanudos, de tela. Creo monstruos, escaleras eternas, mitologías incontables, reflexiones atizadas. ¿Y para qué? Para nada, para todo, para ustedes. Y ni me agradezcan, que lo hago por mi, porque sudo poesía, beso poesía, vivo poesía y mi deber es contagiarlos, a ustedes, de toda esta inmortalidad.


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